Federico Buyolo García

Un lugar para compartir futuro

Tres vectores

Cuando en el año 2.000 se aprueban los Objetivos de Desarrollo del Milenio había claramente un objetivo definido: acabar con la pobreza en el mundo, en todas sus dimensiones. Un objetivo real y adaptado a las necesidades globales de ese momento. Se trataba por lo tanto, de una agenda con una visión de acción Norte-Sur…

Cuando en el año 2.000 se aprueban los Objetivos de Desarrollo del Milenio había claramente un objetivo definido: acabar con la pobreza en el mundo, en todas sus dimensiones. Un objetivo real y adaptado a las necesidades globales de ese momento. Se trataba por lo tanto, de una agenda con una visión de acción Norte-Sur que pretendía movilizar los recursos necesarios para acabar con esta situación de pobreza extrema que vivían millones de personas en el Sur. Ciertamente, tuvieron que pasar más de diez años para que los países del Norte, y en especial los gobiernos nacionales, se tomaran en serio este objetivo.

Pocos años antes de comenzar el proceso de elaboración de los nuevos objetivos mundiales, un proceso que se denominó “Agenda post-2015”, antes de acometer los nuevos retos , se puso el foco en los deficientes resultados obtenidos por la Agenda del Milenio y el necesario impulso para cumplir los 8 objetivos marcados en el año 2.000. Afortunadamente los avances llegaron, y aunque el cumplimiento de la agenda fue desigual, podemos hablar de un gran logro de la humanidad en su determinación por acabar con la pobreza extrema.

En el proceso de elaboración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aprovechando la declaración de 2.015 como Año europeo del Desarrollo, el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación realizó una encuesta sobre distintos aspectos relacionados con la cooperación internacional al desarrollo, en la que además se preguntaba sobre el grado de conocimiento que tenían los españoles de los Objetivos del Milenio, comprobamos sin grandes sorpresas que solo 24 de cada 100 personas en España habían oído hablar de esta agenda tan importante contra la pobreza en el mundo. Sin duda alguna, un gran fracaso comunicativo.

Esa misma encuesta realizada el año siguiente, cuando tan sólo llevábamos seis meses desde la aprobación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible arrojaba datos esperanzadores, el 35% de los encuestados afirmaba conocer la Agenda 2030. Parece que hemos aprendido la lección y hemos entendido que sin conocimiento no puede haber ni acción ni transformación social que nos permita conseguir un desarrollo sostenible.

Conocer la realidad para actuar. Entender las motivaciones y actitudes de las personas para poder establecer las dinámicas necesarias que hagan de la sociedad el motor impulsor del cumplimiento por parte de todos los agentes, de esta agenda transformadora es fundamental.

La Agenda 2030 tiene como lema principal: “Transformar nuestro mundo”, un título que va más allá del mero conocimiento de los objetivos y metas a cumplir por todos y cada uno de los agentes económicos, sociales y medioambientales de los distintos territorios. Informar para conocer, sensibilizar para actuar, comprometer para hacer real la transformación.

Informar, sensibilizar y comprometer, tres vectores del cambio necesario para lograr un desarrollo sostenible que ponga en el centro de todo el proyecto a las personas.

Conocer la realidad es la base para poder establecer las líneas de trabajo que nos lleve a la consecución de los objetivos planteados. No podemos volver a cometer los mismo errores ya vividos, la información es fundamental, pero si además queremos conseguir una transformación, es necesario apostar por una formación desde la Academia que impregne la sociedad actual y actúe como eje de transformación en la propia formación universitaria. Los egresados de las universidades han de convertirse en la nueva fuerza de una economía ética, en una una sociedad inclusiva que respete el medio ambiente.

Una formación integral que avance, tal como definió la profesora Adela Cortina, hacia un “cosmopolitalismo arraigado” donde se conecte la implicación local con el horizonte universal de un desarrollo sostenible de una sociedad justa igualitaria.

Desde esta visión las universidades tienen la capacidad y la obligación moral de trabajar por y para un desarrollo sostenible. La base es buena, las lecciones, aprendidas. Ahora depende de nosotros que se establezcan las dinámicas internas necesarias para que esto sea una realidad que haga de nuestras sociedades verdaderos ejemplos de justicia e igualdad de oportunidades para todos y todas.