Generación 2030

Cuando Jacques Dolors publicó el magnifico libro La educación encierra un tesoro, en 1996, posiblemente no alcanzaría a ver que, veinte años después, esa visión de la educación bajo el lema de “aprender a aprender” se iba a convertir en la única manera posible para hacer frente a los retos y oportunidades de un mundo globalizado e hiperconectado donde todo cambia con tanta rapidez, que es difícil asentar un acervo cultural sobre el que construir y asimilar todos estos cambios.

Pero no todos los cambios que hemos vivido han sido positivos, ni todos nos han ayudado a mejorar la calidad de vida de los personas. Desde que se puso en marcha la Agenda del Milenio, impulsada por el Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, hasta la aprobación de la Agenda 2030, el 25 de septiembre de 2015, por parte de 194 países en Naciones Unidas, bajo el liderazgo de Ban Ki-moon, hemos vivido grandes avances sociales y económicos, pero sin embargo, también hemos sufrido los cambios de una sociedad global que ha llevado a un agotamiento en los modelos de producción y consumo capitalista, al acrecentamiento de la brecha en el acceso a los bienes públicos globales, a la devastación del planeta llegando incluso a poner en riesgo su propia sostenibilidad o al incremento de la desigualdad, ya no solo entre países, sino además entre personas.

Una desigualdad esta que ya no es territorial, sino que, además, se ha convertido en social, económica y generacional. Hoy los jóvenes están convencidos de que vivirán en peores condiciones y con menos oportunidades que sus padres. La quiebra de la igualdad de oportunidades rompe con las normas básicas de convivencia presentes y futuras, una desigualdad que merma la calidad de vida de las personas y el avance de las sociedades. Luchar contra la desigualdad para que nadie quede atrás solo será posible si ponemos en marcha la transformación del mundo en que vivimos bajo los principios de un desarrollo sostenible inclusivo.

El historiador y escritor Yuvel Noah Harari, en su primer libro -Sapiens. De animales a dioses-, señala que los grandes avances de la humanidad se han producido cuando concurren dos cuestiones fundamentales: un utopía y la voluntad de todas las personas en colaborar para conseguirla. En el momento en que nos encontramos, y tras un crisis mundial que ha roto con un modelo de crecimiento económico que ligaba erróneamente crecimiento y desarrollo social sin tener en cuenta la merma del medioambiente, se abre una oportunidad de transformación ineludible. Es necesario que trabajemos en atajar los problemas que nos han llevado al aumento exponencial de la desigualdad y a la devastación de los recursos naturales de un planeta finito, desde una idea de sostenibilidad y una alianza global de todas y de cada una de las personas e instituciones.

Para hacer frente a estos retos y aprovechar las oportunidades que tenemos por delante, es necesario avanzar, de manera coordinada entre todos, hacia una acción compartida para un desarrollo sostenible que no deje a nadie atrás. Este desarrollo ha de conjugar necesariamente las tres dimensiones de la sostenibilidad: económica, social y medioambiental, desde una acción integral e integrada. Actuaciones que se sustenten en los principios de eficiencia y equidad. La eficiencia, entendida como el uso razonable de los recursos finitos del planeta, y la equidad, como vector que permita garantizar que nadie se quede atrás y que todas las personas tienen acceso a los recursos necesarios para desarrollar su proyecto de vida. La Agenda 2030 es, ante todo, un compromiso ético global, una visión compartida y construida a través de la participación de cientos de países, miles de organizaciones y millones de personas que han puesto de relieve una voluntad inequívoca de hacer sostenible el planeta para que todas las personas puedan desarrollar su proyecto de vida.

La Agenda 2030, con sus 17 objetivos y 169 metas, es más que un plan estratégico o un plan de acción; es, ante todo, un nuevo lenguaje universal que une a todas las personas en un fin mayor: lograr economías éticas, sociedades inclusivas y la sostenibilidad ambiental del planeta.

En un mundo global en el que el cambio es la única constante que vamos a vivir, se hace necesario generar las certidumbres que permitan avanzar hacia un desarrollo sostenible inclusivo. La mejor manera de predecir el futuro es liderarlo. Avanzar hacia modelos compartidos donde la acción de los diferentes actores repercuta en el avance solidario de todos. La solidaridad es algo más que una aportación a una organización o la compasión hacia el otro; es, fundamentalmente, el compromiso ético individual con el desarrollo colectivo global. Una acción conjunta de trabajar por un bien común bajo los principios del desarrollo sostenible.

Compartir valores, principios y propósitos en un mundo global requiere que los diferentes actores dispongan del mismo lenguaje, de los mismos valores y de los mismos principios. Desde esta visión compartida, ya definida a través de la Agenda 2030, tenemos la oportunidad de generar ecosistemas de transformación para lograr un avance multiplicador donde el resultado sea la mejora y ampliación de los derechos y libertades, individuales y colectivos, para que todas las personas puedan desarrollar su proyecto de vida.

Esta definición de principios, valores y acciones establecen la base de actuación para la determinación de un nuevo “contrato social global” para la gobernanza mundial. Un contrato de ética y solidaridad que otorgue certidumbre a un mundo que vive el cambio como una constante permanente que amenaza la subsistencia del planeta y la igualdad de oportunidades de todas las personas. La Agenda 2030 representa la renovación del compromiso de los pueblos por un multilateralismo incluyente que ahora, además, se convierte en valores y principios humanistas que sustentan este nuevo “contrato social global” de transformación y avance inclusivo mediante la generación de una alianza multiactor y multinivel mundial.

Lograr esta transformación, tan necesaria como compleja, requiere un empoderamiento de la ciudadanía, otorgar a las personas, como sujetos individuales y como entidad social de colectividades, el papel de actores principales, no solo en la participación o toma de decisiones, sino además, en la ejecución, evaluación y redefinición de las actuaciones para realizar con una visión de largo recorrido y acciones directas sobre la realidad por transformar. En este sentido, el empoderamiento de la ciudadanía ha de ser el vector que permita avanzar hacia modelos de convivencia y crecimiento de las sociedades en todos y cada uno de los aspectos. Un fortalecimiento que pasa por un empoderamiento cultural, económico y social de las personas.

Por ello, debemos apostar por una educación que sobrepase el marco normativo y formal y que se configure como un eje vertebrado de un aprendizaje permanente a lo largo de la vida. Un modelo educativo de humanismo transformador basado en el bien común donde las personas no queden detrás de los avances tecnológicos, sociales o económicos, sino al contrario, que tengan las capacidades y conocimientos necesarios para liderar estos cambios. La educación permite a las personas actualizar sus habilidades, reforzar sus conocimientos y adquirir nuevas competencias no solo para afrontar los retos, sino también para liderar su futuro. La educación se convierte en el principal vector de empoderamiento.

Entender el mundo en que vivimos, comprender los resortes y mecanismos que gobiernan un mundo cada vez más complejo y globalizado otorga a las personas la capacidad para ser conscientes de cómo actuar e integrarse en esta realidad. La cultura no puede ser entendida como un elemento de conflicto, como una barrera para que las personas se entiendan, independientemente de dónde hayan nacido o viva, sino como integradora del pensamiento diferente y de la convivencia de los pueblos. Empoderar a la ciudadanía culturalmente significa precisamente eso: sentir que la cultura es la base, el instrumento y el objetivo de la transformación que estamos emprendiendo con base en la Agenda 2030. Una cultura de paz, de convivencia, de presente y de futuro para transitar desde la herencia cultural diversa a un desarrollo sostenible inclusivo de valores humanistas.

Las sociedades avanzadas se construyen bajo el principio de que nadie se quede atrás. La lucha contra la pobreza y la desigualdad son factores claves para que el empoderamiento personal y cultural de la ciudadanía sea el motor de avance y desarrollo del proyecto de vida personal. Garantizar los recursos económicos, así como el acceso a los bienes públicos básicos, promueve que las personas puedan hacer de su vida, un proyecto cargado de dignidad y libertad. En un momeno en que vivimos el fenómeno de trabajadores pobres, es necesario entender que la prosperidad social y la inclusividad no puede permitir una economía que no esté sostenida bajo principios éticos. Una economía ha de estar al servicio del progreso social de las personas y de la prosperidad de los pueblos.

Pero estos tres elementos, aun cuando constituyen la base de la transformación, no son suficientes. Las personas han de ejercer su papel como ciudadanos en un mundo global. En un momento en el que todo se globaliza -economía, terrorismo, política, comercio…-, se hace más necesario que la ciudadanía vea en el mundo su espacio de desarrollo. Frente a los territorialismos excluyentes, los fanatismo sectarios y la incomprensión del otro, tenemos que apostar por aquellos valores que nos han otorgado el momento más importante de paz y de progreso en la historía moderna. Para ello, las personas han de ejercer su papel de liderazgo como agentes de transformación.

Las grandes transformaciones vendrán de la mano de las personas, de una acción conjunta con una visión clara. Un cambio de paradigma en las relaciones sociales que permita el equilibrio de fuerzas en un mundo dominado por la economía de los pocos, frente a la pobreza de la inmensa mayoría. Una ciudadania crítica y reivindicativa, pero sobre todo, una ciudadanía activa y transformadora que ponga en marcha todas las actuaciones necesarias para construir un mundo mejor. No podemos obviar que este cambio, esta transformación social, cultural y económica hacia un desarrollo sostenible inclusivo, solo podrá llevarse a cabo a través de un modelo de educación humanista de valores y principios que emanan de la ilustración. Educar para hacer de esta sociedad un espacio de convivencia y prosperidad. Una educación permanente a lo largo de la vida como derecho fundamental que otorgue las capacidades necesarias a las personas para ser agentes de transformación social y económica.

Disponemos de los recursos necesarios. Tenemos establecidos los principios y la hoja de ruta para lograr un desarrollo sostenible. Sabemos que el progreso y la prosperidad vendrán a través de la generación de cooperaciones radicales entre distintos actores, instituciones y personas. Necesitamos atajar la emergencia climática, afrontar la desigualdad como un lucha para que nadie se quede atrás y, además, queremos una economía con valores éticos que esté al servicio del desarrollo de los pueblos. En definitiva, necesitamos una nueva generación de personas de todas las edades, en todos los lugares del mundo, con distintas responsabilidades y con el compromiso compartido de trabajar juntos bajo los principios de un nuevo “contrato social global” que no solo acabe con todos estos problemas, sino que, además, convierta nuestro planeta en un lugar sostenible de justicia y prosperidad.

El mismo día en que se aprobaba la Agenda 2030 en Naciones Unidas, el 25 de Septiembre de 2015, nacieron en España un total de 1011 niños y niñas. En el año 2030 se estipula que en el planeta seremos aproximadamente 8500 millones de personas, el mismo año en el que esos niños y niñas cumplirán 15 años. No podemos cargar sobre ellos la responsabilidad de revertir la actual situación de insostenibilidad. Depende de todos y de cada uno de nosotros, de nuestra decidida acción hoy por hacer real aquello que acordamos hace ahora 4 años.

No hay tiempo, porque no hay otro planeta. Lo que sí que hay, y cada vez más, es una voluntad firme y un compromiso ético de millones de personas para hacer este mundo sostenible bajo los principios de un humanismo transformador.

La Generación 2030 no está limitada a una edad, ni tan siquiera a una década: es el movimiento de millones personas e instituciones que están trabajando para hacer real un desarrollo sostenible inclusivo donde nadie se quede atrás.

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