En momentos de caos y perspectivas inciertas, cuando la crisis económica derivada de la pandemia y la necesaria digitalización de la economía apuntan hacía una nueva configuración del mundo laboral, es necesario que no perdamos la perspectiva de que cuando estamos hablando del futuro del trabajo estamos hablando fundamentalmente de personas. No es un debate impersonal, es, ante todo, un debate del futuro de millones de trabajadores y trabajadoras que no pueden ser solo el objeto de un debate de grandes líneas estratégicas de las empresas o los gobiernos, sino los sujetos protagonistas de la reinvención.
El futuro está por decidir. Obviamente no podemos obviar las macrotendencias que nos dicen que más del 50% de la población habrá de ser recualificada o que tras la crisis el 43% de las empresas barajan actuaciones que pasan por reducir su plantilla gracias a la integración de la tecnología. Los datos y hechos nos dicen que estamos, nuevamente, en un momento de cambio. Necesitamos transformarnos, reinventarnos y volver a situarnos en el liderazgo de nuestra empleabilidad.
Tras la Segunda Guerra Mundial Europa inauguró la época de mayor estabilidad y paz que hemos vivido. La instauración del Contrato Social permitió tener una economía social de mercado donde se fortalecían, además, los derechos de trabajadores. Una sociedad de progreso que durante seis décadas ha sido el motor impulsor de nuestra económica y de un modelo de bienestar social. Sin embargo, ese contrato que garantizaba que estudiar te permitía trabajar y desarrollar tu proyecto de vida se ha quebrado. Hoy disponer de estudios no garantiza, a los trabajadores, tener un empleo acorde al desempeño de las capacidades. Tenemos un mercado de trabajo desigual donde hombres y mujeres no cobran lo mismo por el mismo trabajo y donde muchas personas, a pesar de tener empleo, son considerados trabajadores pobres.
Los trabajadores que otrora fueron la fuerza del sistema productivo ahora han de convertirse en valor de creatividad y talento en un mercado laboral más dinámico y variable donde el conocimiento, la ciencia y las competencias cognoscitivas y afectivas juegan un papel primordial en la ocupación laboral y profesional.
Por ello, en este momento de transformaciones económicas y sociales, los trabajadores han de ser los actores protagonistas y no meros sujetos de un cambio que hemos de decidir como sociedad. Una decisión que nos llama a tomarla con sabiduría, para elegir bien los objetivos y con inteligencia, para saber llevarlos a cabo.
En este nuevo mercado laboral del conocimiento y el talento, la educación a lo largo de la vida se convierte en el proceso permanente de empoderamiento. Una formación holística e integral que permita, no solo adaptarnos a las realidades, sino fundamentalmente construir los nuevos espacios hacia donde transitaremos. Una educación en valores, capacidades y competencias que tienen como objetivo potenciar el talento, la creatividad y la autogestión de un aprendizaje activo hacia la transformación.
Al igual que un bróker, los trabajadores han de convertirse en intermediarios entre las necesidades futuras del mercado laboral y sus capacidades para aportar su talento en el presente. Pero, además, lideran la transformación social, económica y laboral desde una posición de valor insustituible del sistema económico y productivo. Hablar del futuro del trabajo es pensar en personas con futuro