Alianzas globales para un desarrollo sostenible inclusivo

Desde que, en 2000, el secretario general Kofi Annan planteara la necesidad de establecer una gran agenda de solidaridad entre países ricos y pobres, la pobreza ha disminuido en más de 1.100 millones de personas; el 90% de la población ya utiliza fuentes mejoradas de agua potable y la reducción de la mortalidad infantil se cifra en un 44% en una sola década. Los Objetivos del Milenio han permitido un gran avance en la lucha contra la pobreza en todas sus dimensiones.

En este artículo me propongo exponer algunos datos que ponen de relieve que, junto a las buenas noticias de arriba, la humanidad presenta aún numerosos problemas que requieren de un enfoque global y estratégico. En el mundo actualmente hay 65,6 millones de refugiados y la cifra sigue creciendo; 767 millones de personas viven con menos de 1,90 dólares al día, y no sólo en los países pobres, sino también en los más desarrollados; en España, el 20% de la población con mayores ingresos consigue 6,5 veces más que el 20% que menos renta tiene a su disposición. Vivimos un crecimiento insostenible que, de seguir así, podría llevarnos a la devastación: necesitaríamos consumir los recursos de tres planetas como el nuestro para poder abastecer las necesidades de todo el mundo.

No podemos olvidar tampoco que, en pleno siglo XXI, 815 millones de personas no tienen garantizada su seguridad alimentaria: es decir, que hoy comerán, pero mañana puede ser que no, y que la cantidad de comida ingerida no será suficiente para su desarrollo. Al mismo tiempo, 1.100 millones de personas sufren enfermedades ligadas al sobrepeso en el mundo desarrollado. Además, la desigualdad también ha aumentado y llama la atención su resistencia en los países del norte. El crecimiento económico había estado asociado a la mejora de la calidad de vida de las personas, pero la crisis mundial de 2008 puso de relieve que la economía especulativa globalizada ha empobrecido a millones de trabajadores, al mismo tiempo que ha producido una brecha de desigualdad social y económica que ha fracturado las sociedades, poniendo a millones de personas en riesgo de exclusión social.

El crecimiento no sólo no ha producido un beneficio social compartido, sino que amenaza con acabar con un planeta al que se le han esquilmado los recursos naturales, presentes y futuros, poniendo así en riesgo el mundo tal como lo conocemos. En definitiva, los últimos años han traído insostenibilidad e inequidad en una economía que tan sólo beneficia a una parte muy pequeña de la población mundial.

¿Cómo afrontar estos graves problemas? Si algo hemos aprendido de la Historia es que los grandes avances de la humanidad, los que permiten a todas las personas disponer de los recursos necesarios para avanzar en sus proyectos de vida personales y sociales, se producen cuando trabajamos juntos y somos capaces de generar alianzas de progreso global. Una estrategia eficaz para abordar los problemas debería partir de las siguientes ideas:

En primer lugar, el futuro en común se ha convertido en un gran reto global, una tarea que sobrepasa el multilateralismo como lo hemos conocido hasta ahora. Es necesaria una visión compartida del futuro con múltiples dimensiones, actores y niveles de decisión. Un mundo global, donde el capital viaja de territorio a territorio sin fronteras físicas mientras millones de personas no pueden acceder a derechos básicos, nos debe hacer pensar y afrontar este tiempo desde otra visión, desde otra perspectiva, con la voluntad de que nadie se quede atrás.

Vivimos en estados donde la soberanía es compartida entre diversos actores locales, regionales, nacionales e internacionales. Ya no sólo podemos pensar globalmente y actuar localmente, sino que necesitamos entender que el mundo está interconectado y tenemos tanto problemas globales que necesitan soluciones locales como problemas locales que requieren actuaciones globales. Debemos generar consensos enriquecidos donde los diversos actores hagan frente a los problemas y oportunidades que nos afectan a todos; eso sí, desde una visión multidimensional.

En segundo lugar, esta visión compartida nos lleva a definir actuaciones que integren las tres dimensiones del desarrollo: económico, social y medioambiental, con una doble mirada, local y global. Ya no puede haber un desarrollo que produzca pocos beneficiarios y muchos afectados presentes y futuros. Tenemos que avanzar en la construcción de una economía ética para una sociedad inclusiva, que respete y mejore el medio ambiente.

En tercer lugar, los problemas actuales requieren de soluciones multidisciplinares. La desigualdad está ligada a la pobreza, tanto como el hambre a la falta de recursos hídricos, o la devastación del planeta a las industrias contaminantes. Estas soluciones requieren de actuaciones consensuadas entre todos los actores. Los grandes problemas exigen soluciones integrales: ya no se trata de paliar los efectos negativos del crecimiento, sino de actuar contra las causas de la desigualdad, la pobreza o la destrucción del planeta.

En cuarto lugar, debemos evitar que los réditos que, como estamos viendo, benefician a unos pocos, supongan un perjuicio a las futuras generaciones. El presente lo dibujan poderes que se alimentan de más individualismo, de más desigualdad y de la perpetuación de las diferencias sociales y económicas.

En quinto lugar, frente a los que entienden que las diferencian nos separan, hemos de demostrar que esta diversidad ciudadana propicia sociedades multiculturales, enriquecidas y plurales que han de ser gestionadas desde una visión integral y holística. Vivimos en un mundo globalizado e interconectado donde han crecido populismos y ultra-nacionalismos excluyentes que, con un discurso fácil y falso, abogan por la creación de muros físicos, económicos y culturales. Políticos proteccionistas que buscan en la diferencia la excusa para que nada cambie, para que no todos avancen y sean sólo unos pocos los que puedan disfrutar de sociedades libres que propicien oportunidades de desarrollo. Su único objetivo es que se siga reproduciendo su modelo de sociedad excluyente y limitada.

No podemos olvidar ni obviar que estas actuaciones proteccionistas están basadas en la repulsa al pobre. No es un rechazo al migrante, sino a la libertad y al derecho de todas las personas a tener oportunidades de desarrollos, independientemente de dónde hayan nacido. Se impone la política perversa del nosotros primero frente a la idea de que todo el mundo tiene derecho a acceder a bienes públicos globales que les garanticen una vida saludable y digna.

A diferencia de la Edad Media, hoy tenemos el conocimiento y los recursos necesarios para afrontar un desarrollo que transforme el mundo en que vivimos. Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados en Nueva York por 193 países el 25 de septiembre de 2015 son más que una agenda de desarrollo, son el nuevo contrato social global que ha de regir las políticas públicas, la actuación del sector empresarial y la voluntad de la ciudadanía para acabar con las desigualdades, la devastación del planeta y lograr una prosperidad inclusiva.

Una agenda para las personas, que piense en la prosperidad de todos, respetando el planeta y procurando sociedades pacíficas desde la creación de una alianza global. Conseguir este objetivo no será fácil. La Agenda 2030 es un pulso contra el statu quo, contra aquellos que, bajo el paraguas del falso crecimiento económico, han generado desigualdad, pobreza y vulneración de los derechos humanos, limitando y negando el desarrollo de millones de personas.

Consensuar no es perder soberanía, es construir una nueva visión común. La Agenda 2030 es más que 169 metas, es un lenguaje universal que establece claramente la voluntad de la humanidad por cambiar el rumbo del desarrollo humano y del planeta. Somos la primera generación que puede acabar con el hambre en el mundo, pero al mismo tiempo somos la última que tiene la capacidad de acabar con la devastación del planeta. Depende de nosotros, de nuestra acción, de nuestra voluntad de generar alianzas para un desarrollo sostenible inclusivo que no deje a nadie atrás. No se trata de una agenda de buenas voluntades, sino de lograr una economía ética que facilite el aprovechamiento de las capacidades económicas de los territorios, las personas y las agentes económicos, para crear cadenas híbridas de valor que hagan de la economía mundial un instrumento de desarrollo económico real y trabajo digno.

Ésta es nuestra voluntad: generar alianzas para un desarrollo sostenible inclusivo. Una triple visión integrada e integradora para un futuro en común.

Artículo publica en Agenda Pública

http://agendapublica.elperiodico.com/alianzas-globales-para-un-desarrollo-sostenible-inclusivo/

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