Ayer tuve la oportunidad de volver a disfrutar, y no será la última, de las obras del Museo del Prado. He de decir que no es precisamente el estilo de pintura que me gusta ni que tampoco tenía el mejor de los ánimos para pasar cuatro horas paseando por las maravillosas salas del museo, sin embargo, como siempre pasa cuando haces una cosa sin esperar nada más que pase el tiempo, lo más rápido posible, viví otra vez una de esas tardes que guardas en la retina y en el corazón pro mucho tiempo.
Mientras transitábamos (que gran verbo) por los pasillos cargados de cuadros, historia e historias, recreaba en mi cabeza como habíamos sido capaces, los humanos, de poder conservar por tanto tiempo esa belleza. Me viene a la memoria el documental de «Las cajas» donde se explica como se protegieron los cuadros de este museo en plena guerra civil, como sólo el amor, la determinación y la lucha por el partrimonio común hizo que hoy podamos seguir disfrutande de este arte y del orgullo de nuestras artístas.
Me parece increible la delicadeza como un pintor, las pintoras siguen brillando aunque esten ausentes, puede expresar la vida en un momento histórico con tanta sensibilidad. Es cierto que solo nos ha llegado la historia de aquellos que tienen linaje y pocas veces vemos la historía de los sin voz, de aquellos que su vida valía menos que la de nobles, clérigos y gentes de bien. Que grande el libro «La guerra de los pobres» de Eric Vuillard que relata la vida de aquellos que no tenían quien escribiera su historia.
Paseando, admirando, viviendo, sintiendo cada uno de los cuadros por donde iba pasando, llegué a ese cuadro que me evoca otra época, mucho más jóvem, donde ví por primera vez ese cuadro. Ese día, acababa de ser expuesta tras una profunda restauración, estaba exento, colgado sobre un caballete en mitad de la sala, observado por los cuatro costados. Yo no sabía que cuadro era, pero desde ese momento me quedé enamorado de aquella pintura. Era increible que en mi época la imagen estilizada de las mujeres era considerada como el canon de belleza, sin embargo, en la suya, Rubens pintó a tres mujeres en todo se espendor y lo tituló «Las tres gracias». Hoy me sigue paraciendo bellisimo y cautivador. La belleza no entiende de canones artificiales, sino del esplendor que supone la naturalidad de la vida.
Esto es lo tangible de lo intagible, eso que no se puede explicar pero está. La cultura es más que una expresión, más que una industria, más que una política pública, es fundamentalmente la proyección de nuestra vida hacia un mundo mejor. Es mirar hacia arríba esperando una respuesta, una salida, un sentido a nuestra vida, una esperanza, cómo el perro hundido en el cuadro de Goya que espera ser salvado.
Cuánta razón tienes. Por cierto, me apunto el libro.