Hoy que cumplo 50 años, me es inevitable echar una mirada atrás, ahora que lo que queda por delante es, por naturaleza, menos de lo que ya he vivido. Una mirada sin melancolía, sino con cierta satisfacción y alegría. Una mirada que no busca la redención, sino el aprendizaje de vida, de tantas y tantas vidas que me han acompañado en estas cinco décadas. Una mirada para no olvidar a todos aquellos que estuvieron y ya no están, pero que siguen siendo parte de mí. Una mirada que no necesita de los ojos, sino del corazón.
Podría decir que tengo más de lo que soñé y más de lo que imaginé, aun cuando, lo único que he querido siempre es seguir hacia delante, comenzar de nuevo otro camino, encontrar una nueva motivación, ser y estar a cada momento, en definitiva, vivir, con todo lo que ello conlleva.
No tengo miedo a la muerte, la he visto de cerca, muy de cerca, demasiado cerca. Tengo miedo a descubrir que me he equivocado, a no saber cuál es el siguiente paso, de no saber que está pasando.
No tengo miedo a vivir, tengo miedo a ser invisible, a no dejar nada bueno tras de mí, a perder la oportunidad de hacer algo más, a dejar de ser y sentirme útil, a no entender al otro, a no ser ese yo en todos vosotros.
Hoy que cumplo 50 años, miro hacia delante con la experiencia de una vida, mi vida, esa que me da la fuerza y la ilusión de saber que estoy aquí como se está cuando has querido vivir de verdad, aunque duela.